Tecnopolítica, noticias falsas y redes
La amplia influencia de los idearios populistas en la opinión pública sería impensable sin la capacidad de las redes sociales para propagar contenidos simplistas y de impacto emocional en tiempos de tecnopolítica y noticias falsas (noticias de apariencia verosímil, inventadas o distorsionadas intencionadamente). Hoy, las relaciones de poder se vehiculan de forma significativa mediante el control de las redes (X, Facebook, Instagram, YouTube, TikTok, etc.) como herramientas aptas para viralizar mensajes de rápida repercusión en el voto y los hábitos cotidianos de la ciudadanía.
En pocos años, las vías tradicionales del debate político y social y los códigos de control de falsedades que regían los espacios de la prensa convencional y las televisiones en las campañas electorales se han visto desbordados por el uso masivo de las tecnologías de la información y la comunicación digital, tan eficaces para hacer circular ideas y noticias en tiempo acelerado como esquivas a los filtros de rigor, veracidad y contraste con la realidad.
En el marco de esta transformación cultural, resultan cuestionados importantes consensos inherentes a la democracia liberal y al Estado de derecho. La aspiración a un ágora global en la que el avance tecnológico contribuya a la participación, la igualdad y la respuesta civilizatoria a los grandes retos de la humanidad (la pobreza, las guerras, el cambio climático, etc.) cede frente a un ciberespacio opaco y un entramado económico, tecnológico y político, de vocación autoritaria, orientado a la única búsqueda de la ganancia.
Un conjunto de gigantes tecnológicos (big tech) concentra, con lógica de oligopolio, un poder inédito a nivel nacional y geopolítico. Los productos, códigos y pautas de Google, Amazon, Apple, Meta y Microsoft, cada vez más sofisticados y permeables a las potencialidades de la inteligencia artificial, escapan a las facultades reguladoras, ejecutivas y fiscalizadoras de Estados y organizaciones internacionales. Al mismo tiempo, los derechos y libertades resultan vulnerables frente a fenómenos críticos, como la disponibilidad de datos personales sensibles —creencias, opiniones políticas, orientación sexual, etc.— para usos de explotación comercial o tecnovigilancia; la incitación, mediante falacias y prejuicios, de estados de opinión de efectos relevantes (victoria electoral de Trump en 2016, Brexit, etc.), y las burbujas que polarizan y frustran el debate sereno y respetuoso entre opiniones divergentes.
El contexto de infoxicación y abuso del consumo de noticias poco fiables favorece la «posverdad», como tentación de relativizar la diferencia epistemológica esencial entre lo falso y lo que se ajusta a los hechos de la realidad y es veraz. A su vez, se relajan las exigencias morales de evitar la mentira y se incurre en difamación, calumnia, manipulación, etc. Se dibuja un escenario distópico, idóneo para los discursos de ultraderecha y de exaltación identitaria, que degrada el ethos y el imaginario social con «hechos alternativos» y suscita múltiples interrogantes cognitivos, éticos, deontológicos y jurídicos:
— ¿Cómo puede regularse a escala transfronteriza el uso expansivo de las tecnologías de la información y la comunicación y las redes sociales?
— ¿Cómo hay que ponderar el derecho a la libertad de expresión en contraste con la protección de otros bienes jurídicos que requieren protección frente a la demagogia y el sensacionalismo?
— ¿Qué mecanismos pueden contribuir a preservar la necesaria distinción entre verdad y falsedad (como premisa intelectual legítima de la Ilustración, el racionalismo y el progreso científico) en la percepción de una ciudadanía reflexiva?
Profesor de Ciencia Política UB
Bibliografía